El 6 de mayo del 2009, se llevaría a cabo uno de los actos delictivos más escandalosos que se recuerden, y que dejaría completamente desconcertada a la policía en Londres: el árbitro noruego Tom Ovrebo se comería al menos 6 penales en favor del Barcelona.

Aquella noche en Stanford Bridge, empezó ganando el Chelsea 1-0 con gol del ghanés Michael Essien. Pero conforme iban pasando los minutos, y con un conjunto Blue clasificándose a la final de la Champions; el juez nórdico decidió tomar protagonismo en el choque.

¡Asalto en Londres! Crónica de una vergüenza anunciada

Así, en un ataque de apetito voraz, el encargado de impartir «justicia», decidió devorarse unas seis faltas claras dentro del área, entre las que se incluyen par de manos muy precisas: una del ex esposo de Shakira, y otra de Samuel Eto’o. El mundo entero las observó, menos Tom.

Cumplidos los 90 minutos, el Chelsea ganaba aún 1-0 para obtener así su pase a la final en Roma… En este ínterin, el tiempo agregado ganó eternidad con la varita mágica del antagonista Tom Ovrebo, ergo: Iniesta encontró un espacio más allá para batir al checo Petr Cech.

Ante el calamitoso juego desarrollado bajo la tutela del noruego, tanto los jugadores azules como el estadio entero, reclamaron airadamente la creación de un suceso repudiable y condenable, perpetrado en la capital de Inglaterra. Xavi estaba en cancha, por cierto.

Con la acción delincuencial permitida, el Barcelona empataba 1-1 y se adentraba en la Gran Final. Poco importaban las formas en la oficina de Joan Laporta… Aquel evidente timo fue llamado por los azulgranas orgullosamente y con descaro, como «el Iniestazo».

Convicto, Ovrebo confesó su pecado tiempo después, incluso; la trama de la que fue autor material, le valió ser excluido del Mundial en 2010 después de estar en la lista de los árbitros elegibles para la cita en Sudáfrica. Una vergüenza, que por estos días, vale la pena recordar.